La entropía nos habla de los límites biofísicos al despliegue del progreso material indefinido, el cual fundamenta las ilusiones del crecimiento económico perpetuo y de las ideologías desarrollistas. También de los nocivos efectos socio-ambientales de cualquier proyecto civilizacional que ignore esta dimensión de la física termodinámica. El reverso de la profusión energética que atraviesa los imaginarios de la modernidad industrial aparece materializado por la dispersión entrópica del calor, tendente a incrementarse con el transcurso del tiempo. La entropía es una ley antimoderna, en la medida en que cuestiona la imagen de un progreso productivo y una riqueza social exponenciales. Los efectos inexorables de la entropía representan la antítesis de las pretensiones del industrialismo, esa cosmovisión por la cual el destino del cosmos consistiría en la canalización de su energía en beneficio del bienestar humano. A modo de corriente subterránea, la entropía impone la fuerza de la disipación como flecha temporal. La energía disponible para realizar trabajo útil disminuye con el tiempo de forma irremediable. La entropía se encuentra así al margen de la voluntad del Hombre antropocénico, quien en su deseo de controlar el decurso de la Naturaleza no hace más que acelerar las tendencias hacia el desorden.

Junta de Aeropuertos Regionales de Dallas-Fort Worth. Aeropuerto Regional de Dallas-Fort Worth, ca. 1967. Robert Smithson y Nancy Holt Papers, 1905-1987. Archives of American Art, Smithsonian Institute.

La extenuación de la fuerza de trabajo humana o el agotamiento de los suelos asolaron la imaginación del siglo XIX como signos de la entropía. Desde entonces, el capitalismo no ha dejado de fugarse hacia delante a través de un proceso expansivo de mercantilización de la naturaleza. En la actualidad, los procesos de acumulación de capital se sostienen en el aire como un torbellino cada vez más ingrávido que no cesa de acaparar las fuentes de energía primaria. La tendencia a la financiarización de la economía, con la que se suele asociar al neoliberalismo, se solapa con la expansión de la apropiación de yacimientos energéticos y de minerales, un proceso que estaría topándose con su límite histórico.

Gene Daniels, fotografía para Searching for the Seventies: The DOCUMERICA Photography Project, 1972-1977

Por otra parte, las manifestaciones pasadas y presentes de la entropía en los cuerpos de los trabajadores emergen como síntomas de resistencia a la valorización capitalista, pero también como expresiones psíquicas del malestar. La fatiga física y la neurastenia libidinal, asociadas al primer capitalismo industrial, han dejado paso a toda una gama de trastornos psicosociales como la fibromialgia, la fatiga crónica, el déficit de atención, la epidemia de la ansiedad o esa mezcla entre principio de placer y pulsión de muerte que Mark Fisher denomina «hedonia depresiva»: el modo en que nuestro trato con los dispositivos tecnológicos promueve una forma compulsiva de satisfacción del deseo que genera, a su vez, una frustración constante; por ejemplo, ante la necesidad de revisar una y otra vez el e-mail o las redes sociales. En ocasiones, la depresión ya no consiste tanto en la ausencia del deseo, como en ponerlo a trabajar mediante la exhibición narcisista online y la generación gratuita de datos que acumulan las corporaciones del capitalismo informacional.

Frente a esas inercias históricas, imaginar la cultura al margen del paradigma energético industrial debe hacerse cargo de la dimensión entrópica del cosmos y la existencia humana. No para rendirse a su inercia catastrófica, como intuyeron los científicos del siglo xix que la asociaban con la muerte térmica del universo, sino para paliar sus efectos en la medida de lo posible.

Charles Higgins, fotografía para Searching for the Seventies: The DOCUMERICA Photography Project, 1972-1977

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