Deshacer la ausencia para revelar la violencia
¿Cómo podemos pensar con y a través de prácticas artísticas y visuales profundamente políticas que se han desplegado para hacer presente la ausencia en contextos de violencia política? Por extensión, ¿cómo podemos identificar el papel que estas prácticas tienen en la constitución, reconfiguración y transformación de los imaginarios políticos y sociales que de alguna manera están vinculados a la Guerra Fría, su reorganización de las formas transnacionales de resistencia y su legado? El concepto evidencia(s) corporal(es) acentúa la atención sobre la centralidad del cuerpo en las prácticas artísticas y visuales—prácticas desarrolladas por artistas y colectivos profundamente implicados en los movimientos sociales que impugnaron las estrategias de desaparición forzada en la ola de dictaduras que azotó el Cono Sur de América Latina durante las décadas de 1970 y 1980—que crearon nuevos lenguajes visuales para señalar formas de ausencia corporal que hicieran visible lo no visto y lo no dicho.
El concepto enfatiza la centralidad del cuerpo y su representación visual en las prácticas artísticas que han buscado deshacer la ausencia, intentando transformarla en presencia. Por un lado, nos enfoca la mirada en la potencialidad probatoria del cuerpo (Maguire y Rao, 2018) y su capacidad de atravesar, habitar, o incluso constituir múltiples contextos y saberes. Desentraña «lo que un cuerpo puede» (Expósito, 2009), es decir, las posibilidades representativas, materiales y simbólicos que la forma humana ofrece cuando se activa para hacer visible la violencia y las estructuras de poder sobre las que se asienta.
Evidencia(s) corporal(es) también ayuda a trazar la circulación de estas prácticas más allá de fronteras geopolíticas, apuntando a lo que Diana Taylor describe como un “repertorio” de acciones performativas en donde las imágenes—fotografías familiares, siluetas, instantáneas recortadas—son activadas para visibilizar la ausencia provocada por la desaparición forzada. A la vez, considera el movimiento de estas prácticas a través de múltiples temporalidades, así también demostrando como se ha utilizado la imagen “forense” en contextos contemporáneos para documentar y narrar la recuperación de los cuerpos dejados por la desaparición e exhumados de fosas comunes. En este contexto, el concepto ayuda a entender las prácticas visuales vinculadas a la reaparición del cuerpo de las víctimas como prácticas “contra-forenses”, en donde “la adopción de técnicas forenses (son) una ‘maniobra política’, como una operación táctica en una lucha colectiva, una galería rebelde y resistente para documentar la microfísica de la barbarie (Keenan 2014). Dicho eso, este concepto también acentúa como las imágenes contra-forenses activan y operationalizan la mecánica probatoria, tradicionalmente empleada por vías estatales, para crear nuevos “cuerpos probatorios”, nuevas evidencia(s) corporal(es) que alumbran no sólo la mecánica de la violencia de estado, sino también otros horizontes a la hora de narrar, pensar y producir otros conocimientos y saberes sobre el pasado.
Esta constelación de acercamientos—la imagen como dispositivo que oscila entre lo probatorio y lo afectivo, entre la verdad y la memoria; y lo contra-forense como una estética que evidencia pero que también narra para deshacer las estructuras que permitieron la desaparición—nos volver a observar la creación de nuevos lenguajes utilizados para hacer presente lo que no está desde otra óptica.
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