Latinoamericanismo en las artes. De la guerra fría a la contemporaneidad.
Durante la primera etapa de la guerra fría la política cultural desplegada por la Unión Panamericana encauzó el latinoamericanismo del siglo xix dentro una perspectiva hemisférica, que abandonaba la mirada folklorista hacia las prácticas artísticas latinoamericanas y resaltaba sus articulaciones con los procesos de la modernidad occidental. Sin embargo la revolución cubana, la crisis de los misiles y la política de la Alianza por el Progreso en la región reactivaron las tensiones político-culturales interamericanas y el latinoamericanismo asumió a mediados de los sesenta un giro antiimperialista, resistente a la presencia norteamericana y favorable a una nueva utopía revolucionaria continental, que se materializó a través de redes artístico-intelectuales transatlánticas. La inestabilidad económica y política y el debilitamiento de las instituciones públicas que caracterizó los años setenta permitió el avance de las dinámicas del mercado en la escena artística y pronto las lógicas del capital irrumpieron y operaron en las redefiniciones de lo latinoamericano.
El mercado internacional de subastas de obras de arte introdujo una sección especial de arte de América latina y surgieron más galerías privadas dedicadas específicamente a comercializarlo. Junto a la multiplicación de exposiciones latinoamericanas, se produjo una intensificación del debate crítico sobre la identidad cultural, mediante un auge de encuentros, artículos en revistas especializadas de la región y extranjeras, libros y números especiales dedicados a la cuestión. De ellos surgieron nuevos enfoques teóricos que analizaron la producción artística regional, en articulación estrecha con sus realidades socioeconómicas y políticas, adaptando en varios casos propuestas de autores tercermundistas. La Bienal de La Habana en los ochenta consolidó la propuesta innovadora de un nuevo modelo de bienal no europea, centrada en la producción cultural de los países latinoamericanos, africanos y asiáticos. Esta dinámica de intercambios llevó a la redefinición de lo latinoamericano en el eje de sus vínculos con países en vías de desarrollo.
Las intervenciones de Estados Unidos en América Central revitalizaron las tensiones de la Guerra Fría y vinieron a sumarse a la multiplicación de protestas callejeras de parte de la comunidad latina convertida en la primera minoría del país. Las instituciones museales dieron paulatina cabida a las nuevas agendas sociales y comenzaron a coleccionar y exhibir arte latino en los Estados Unidos con la ayuda de capitales multinacionales. El latinoamericanismo imperante a fines de los ochenta tradujo la instrumentación del arte y la cultura de Latinoamérica con fines de proselitismo electoral y el mercado del arte global.
Corporaciones multinacionales, bancos y otros capitales privados imprimieron sus intereses en las políticas para las artes visuales. Los modelos de representación de lo latinoamericano difundidos a través de exposiciones blockbuster financiadas por instituciones y multinacionales del norte global generaron a principios de los noventa respuestas críticas desde el ámbito de la curaduría y la práctica histórico-artística en América latina. Así, expusieron los usos geopolíticos y económicos a los que había servido el latinoamericanismo e inauguraron la etapa contemporánea, en la que se revisan y critican los legados coloniales implícitos en el impulso identitario totalizador desde una concepción más abierta, dinámica y fluida de lo latinoamericano en las artes.
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